La homilía que nos ofreció el Cardenal Amigo Vallejo estuvo cargada de emotividad y significado para con nuestra Archicofradía. Hemos querido dejar patente las hermosas palabras que nos dedicó el Cardenal, en un documento que ya forma parte de nuestra historia:
Querido don Javier, señora Alcaldesa, Hermano Mayor, Junta de Gobierno, queridos hermanos de esta Real, Muy Ilustre Hermandad Venerable y Dominicana Archicofradía del Dulce Nombre de Jesús, Jesucristo de la Misericordia y María Santísima de la Paz. Queridos hermanos y hermanas todas.
Hablaba con autoridad, es decir, llenaba el corazón de las gentes. Se metía en ellos, en sus sentimientos, en su dolor. Hablaba con autoridad. No imponía, siempre ofrecía lo que tenía. Y así cautivaba a la gente y la gente le seguía. No quiere decir que le siguieran también de una forma física, que siguieran sus pasos, sino que se había metido en sus vidas y querían imitar a esa persona. Era Jesucristo, era el Señor.
Los tiempos no eran buenos, un poco igual que los nuestros. Unos decían unas cosas, otros decían otras… tenían opiniones distintas. Había como desasosiego en todo. En las cosas y en la mente de las personas. Y en esta situación, San Agustín dice: pero yo me encontré con un hombre llamado Jesús. Cómo cambiaron las cosas. Lo que antes me parecía dificultad, era una ayuda. La confusión que había en mi mente, ahora había claridad. Las actitudes que debía tener de miedo, de rencor, de desánimo, habían cambiado. Cristo me había, así, cambiado la vida.
Pero, ¿qué es lo que te ha dado Jesucristo? Muchas cosas. Pero hay dos que queremos resaltar. Me ha dado, la misericordia. Lo mejor que puede haber en una persona que tiene un corazón generoso, que se cuida de los demás, que perdona. Que tiende la mano a quien le ha ofendido. Qué persona más inteligente, qué eficaz para los negocios, qué listo. Y hay que ver, qué mala persona es. No tiene sentimientos, no tiene sensibilidad, no tiene misericordia.
Ya podemos tener todas las cualidades humanas habidas y por haber, si no queremos a la gente, no servimos absolutamente para nada. Porque esto es lo que más dignifica a la persona. Es poner el corazón a disposición de los demás. En nuestra casa, en nuestra familia, no falta de nada y falta lo más importante: no vivimos en paz. No hay paz entre nosotros. Lo mismo, el gran don que da el Señor es el don de la paz.
El de la paz no es simplemente que no haya discordias ni grandes conflictos, ciertamente, que también. Pero la paz es esa serenidad del alma. Ese llevarse bien con los demás, ese tender la mano al que te volvió la espalda. Ese compartir un poco el pan con aquel que no tiene nada. Esto es estar a bien con Dios: ¿qué es lo que más le gusta, que no le vuelvas a mirar la cara al que te ha ofendido, o que le tiendas la mano? ¿Qué le gusta más a Dios, que amargues la vida a todas las personas que están a tu lado o que les facilites el camino? Es la paz, estar a bien con Dios, estar a bien con los demás y estar bien con uno mismo.
“Es que estoy desasosegado”, “es que estoy inquieto”, “es que no resisto nada de lo que tengo a mi alrededor”. Estar en paz con uno mismo, aunque parezca algo casi egoísta, quererse a uno mismo. La soberbia no es quererse a uno mismo. El orgullo es alejarse de los demás y vuestra cofradía tiene estos títulos admirables. El Dulce Nombre de Jesús, la Misericordia y la Paz. Vuestra Cofradía tiene que ser la mejor escuela donde aprendáis el camino de Jesucristo. La historia de vuestra hermandad, de vuestra cofradía hay que contarla por siglos, desde ese convento de Santo Domingo hasta hoy. ¡Por siglos!
Pero, ¿cómo es posible? Con los cambios, idas y revueltas de las cosas. Pero, ¿qué secreto es el que hay en vuestra cofradía para permanecer fieles después de tantos siglos? Pues hay unos cimientos profundos. El primero es la fe. Seguimos a Jesucristo, queremos vivir en fidelidad a Dios. -Pero Señor, sé muchas cosas que no comprendemos-. Las cosas grandes queridos hermanos, no se comprenden. Se viven. Así que tu hijo te está matando a disgustos y no lo comprendes, pero le quieres con toda el alma. Es que las cosas grandes no se comprenden con la razón, se viven con el amor más amplio y más puro que puede haber.
Este es el cimiento de la fe, la confianza en Dios y el otro cimiento es el de la familia. Mi tatarabuelo, mi abuelo, mi padre, mis hermanos, todos somos. La familia es siempre el cimiento donde radica la felicidad de las personas y por eso la cofradía es inseparable de las familias. “Esta es la cofradía de mi padre”. “Después del bautismo me llevaron a pertenecer a esta hermandad”. El día más feliz de mi vida fue cuando te casaste con tu novia ante la imagen de María Santísima de la Paz. El día más triste, cuando viste a tu padre amortajado con la túnica de tu nazareno bendito y siempre parece como que la vida de la familia está jalonada con acontecimientos unidos en torno a la hermandad.
Y el otro fundamento es el pueblo. Es Archidona, en este caso. Las tradiciones, las costumbres, el olor de las flores, de la naturaleza, el acento en los labios, los signos que se emplean, lo que llamamos la cultura. Y la cultura está tan metida en la religiosidad popular que si no, parece como si estuvieras. Es imposible pensar en la Cofradía del Dulce Nombre sin pensar en Archidona. Hasta el ir por las calles, estas calles tan bonitas pero no siempre fáciles. Pero así va nuestra cofradía. Y cuando hace su escalada por esta calle, se le remueven a uno los mejores sentimientos. Porque desde niño aquí estaba con mi padre que me llevaba de la mano y me decía: -Mira, es el Señor-. No hacía falta más. Es el Señor.
Son tantos los valores, las actitudes, las auténticas virtudes y el ‘dominicana’. En la espiritualidad de los hijos de Santo Domingo, siempre hay algo esencial. Hablar con Dios y hablar de Dios. Habláis con Dios, con el Señor. Y el día de Viernes Santo, salís a la calle y habláis de Dios. Estos son los misterios en los que creo. Esta es la cruz que llevo y que sé muy bien que la cruz muchas veces, más que en los hombros, donde pesa es en el corazón. Habláis con Dios en vuestros cultos. En vuestra oración habláis de Dios. En esa estación de penitencia del Viernes Santo y en todos los días y en todos los momentos. “Fíjate, qué hombre más bueno”. “Fíjate qué caritativo es”. “Fíjate qué palabras más amables dice a los demás”. “Cómo tiene los sentimientos de esperanza”. No cabe duda, por aquí por aquí ha pasado Jesucristo. Porque los hermanos y hermanas de la Archicofradía de la Misericordia y la Señora de la Paz hablan de Jesucristo. Las huellas son de Jesucristo. El bien hacer de Jesucristo.
Esta es la visión admirable, queridos hermanos, que podéis tener. Una cofradía está llena de vida, está llena de sentimiento, está llena, sobretodo, de la fe de Jesucristo redentor del mundo. Cuando aquella mujer llegó, estaba extasiada de lo que estaba viendo, de los milagros que hacía Jesucristo y la mujer no se puede aguantar más y dice: ¡Bendita sea tu madre y bendito el vientre que te llevó y los pechos que te criaron! Y se vuelve Jesucristo y le dice: “Mira mujer, más bien dichoso el que escucha la palabra de Dios”. ¡Dios mío, qué jarro de agua fría! ¿Pero es que no le gustó lo que decía esta mujer en alabanza de su madre? ¡Muchísimo! “Pero mira, mi madre es bendita y mil veces bendita pero no solamente porque me llevó durante unos meses en su vientre, porque me alimentó con su cuerpo cuando era chico, sino porque me quiso con toda el alma toda la vida y lloraba cuando yo lloraba. Y su mayor alegría es verme a mi alegre y su mayor sacrificio fue llevar conmigo la cruz. Y ella hasta hubiere deseado en la calle de la Amargura arrancarme la cruz de mis hombros y ponerla sobre los suyos”.
Pero no te preocupes María, que tu hijo sufrió las espinas para que tu llevaras corona de flores y bendiciones. ¿Cómo no te vamos a llamar Señora? La madre de nuestra paz. Celebremos pues la Eucaristía y a cambio de tantas cosas, que el Señor nos dará el mejor alimento, su cuerpo y su sangre en la Eucaristía. Tú Señor, sí que hablabas con autoridad. Con un amor inmenso. Amén.